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Levantar un muro de civismo y solidaridad

19 marzo 2020 by Raúl Mena

Hace ya más de setenta años, en un mes de marzo como éste, una riada monstruosa, conocida popularmente como la venía, sacudió la vida de los tomelloseros de la época: se cernía sobre la población, seguramente sufriente ya por la carestía material típica de la posguerra, un nuevo peligro: un Guadiana desbocado amenazaba no sólo las viviendas de la población y el agro manchego circundante, tan importante para la supervivencia económica de aquélla, sino también su vida misma. Ante tal situación, llegada de improviso, bien pudieron nuestros mayores —dicho sea en tono reverencial, no temporal y exacto— dejar caer los brazos y cerrar los ojos. Se sabe, sin embargo, que la historia, ya mito, es harto diferente; ni cortos ni perezosos, las gentes se movilizaron para construir, en un espacio brevísimo de tiempo, impuesto sin duda por las circunstancias, un imperioso muro de contención, tal como reza la placa que el actual gobierno municipal erigió en su conmemoración, de más de seis mil metros de largo por más de un metro de alto y ancho. Así, la tragedia se encauzó a través de los brazos, unidos en hermandad, de cada habitante de la ciudad. Se levantó, en definitiva, un auténtico muro de civismo.

Quien esté leyendo esto sabrá por qué se ha traído a colación este evento de nuestra historia. Una nueva riada, ahora vírica y más amplia, amenaza nuestra vida y la de nuestros allegados, amén de la economía y otros elementos, por el momento, secundarios. La dificultad a la que nos enfrentamos es más ardua si cabe, pues la riada no es un ente ajeno que hay que parar con un muro material, sino que ésta se encuentra en nosotros mismos, posibles portadores del virus; es decir, cada uno de nosotros puede ser un agente contagioso que contribuya a extender la anegación.

Esta novedosa situación impone un cambio de estrategia, que no de mentalidad. El muro ha de construirse hacia dentro, en el sentido de que, tal como recomiendan las autoridades y se impone por ley, evitemos salidas innecesarias del domicilio y tomemos las máximas precauciones si han de realizarse. Con todo, erigir un muro en derredor de nosotros mismos no significa recluirse socialmente, dejando al desamparo al resto. Cada cual, en la medida de lo posible, puede —y debe, como imperativo categórico— contribuir a hacer más liviana la situación de los que le rodean, especialmente los más afectados por esta enfermedad: nuestros mayores.

¿Pero cómo hacer tal cosa, si hemos de estar confinados? Pues a través de herramientas de colaboración como las que pone a disposición esta página web, TomellosoAyuda, levantada, con orgullo lo digo, por buenos amigos y conocidos míos, pero también por tantas y tantas personas que, bien directamente, bien anónimamente, están intentando hacer de la tragedia un lugar más plácido y benévolo. En esta tarea, que nos atañe a todos, hemos de situarnos los jóvenes en primera línea. No sólo por la naturaleza virtual del medio que se precisa, sino porque, como se ha dicho ya, somos nosotros los que hemos de guardar con mayor recelo de la salud de nuestros mayores, los más vulnerables para el caso. ¿No harían acaso ellos lo mismo por nosotros, sus hijos, sus nietos? La pregunta es retórica, por supuesto: lo harían, y con creces.

Si el civismo es una empatía que se organiza históricamente y la solidaridad una que se realiza espontáneamente, nos corresponde desplegar ambas en este tiempo de excepción. Es nuestra responsabilidad, ciudadanos de Tomelloso, levantar un muro de civismo y solidaridad.

Raúl-Mena

Filed Under: Opinión

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