Personalmente, a día de hoy esta situación me sigue pareciendo algo totalmente surrealista. Me despierto cada mañana y pienso en lo distópico que suena todo. Aún tengo que pellizcarme para corroborar, un día más, que no es un sueño, o más bien una pesadilla, sino que es la realidad: un tercio de la población mundial, 2’6 mil millones de personas (lo pongo en números: 2.600.000.000) estamos encerrados, confinados en nuestras casas para tratar de vencer al Covid-19, un virus que está colapsando los sistemas sanitarios y que, en muy poco tiempo, está causando efectos desastrosos en lo social, lo político y lo económico. Os prometo que es algo que, hasta hace apenas unas semanas, solo se me ocurría que podía ver en el cine, o leer en un libro. Pero no vivir, como tal, en primera persona.
Sin embargo, aquí estamos. Viviendo en un estado de alarma para evitar males mayores. Sintiendo, a veces, que lo único que podemos hacer para ayudar es quedarnos en casa. Sufriendo por los nuestros, los vuestros y los suyos, porque no caigan o porque venzan al bicho. Deseando que esto acabe cuanto antes y podamos volver a la normalidad, que no será normal, no al menos de primeras: sabemos perfectamente que haremos de todo una fiesta.
Celebraremos lo extraordinario, que paradójicamente es lo que antes era cotidiano: quedar para tomar un café, darnos dos besos al saludarnos, posar abrazados para una foto, cruzarnos por la calle, salir a pasear, ir al cine o al gimnasio. En definitiva, tener libertad para elegir en qué ocupar nuestro tiempo, dónde, cuándo y con quién. Poder hacer pequeñas cosas que han resultado ser nuestro bien más preciado: sí, puede que no pueda permitirme hacer un viaje maravilloso a las Maldivas, pero la verdad es que ahora lo que más me apetece en el mundo es abrazar a mis padres.
Así que me atrevo a decir que este virus ha traído consigo otro efecto, que también podemos llamar pandemia: la de la solidaridad. Y disculpad que suene tan cursi, pero así es como lo siento. De forma espontánea han surgido movimientos totalmente altruistas que pretenden dar un poco de luz y de color a estos días tan grises, demostrando que el individualismo del que tanto se quejan los grandes pensadores de nuestra época es también compatible con la humanidad más pura. El ser humano es, irremediablemente, un ser social.
Decía Eduardo Galeano que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Yo creo que esto es porque, al final, lo que se hace es muy grande.
Tomelloso es ejemplo de esto: de fuerza, coraje y valentía. Probablemente sea una de las épocas más duras por las que hemos pasado desde hace muchos, muchos años. Y, sin embargo, aquí está nuestro pueblo, firme y dispuesto a que no quede nadie atrás. Gota a gota, grano a grano, cada uno de nosotros cuenta para que podamos vencer y seguir adelante.
Sintámonos orgullosos de ser quienes somos, de venir de donde venimos. Juntos saldremos de esta.
Ser amable y solidario, en tiempos tan difíciles, es también ser fuerte y ser valiente.
Todo irá bien.
